El 20 de septiembre de 1926, la furia de la naturaleza desató una tormenta devastadora que dejó cicatrices imborrables en nuestras tierras. Minutos eternos que marcaron a fuego la memoria, con destrozos incalculables y más de 400 vidas perdidas. Casas desaparecieron, árboles se partieron en dos y la ciudad quedó en ruinas, con costas que ya no se parecían a lo que conocíamos.
Pero en medio de la tragedia, surgió un rayo de esperanza, un ejemplo de hermandad que perdura en el tiempo. El Padre José Kreuser y el masón Jorge Memmel, valientemente, cruzaron las aguas del Paraná hasta Posadas en busca de auxilio. Allí, el gobernador de entonces, Héctor Barreyro, no dudó en actuar de inmediato. Se organizó un operativo de asistencia que llevó barcos, médicos, alimentos, ropas y botiquines a nuestros hermanos encarnacenos en su momento más crítico.
La Logia Roque Pérez, en un gesto de abnegación y amor fraternal, transformó su templo aún no inaugurado en un verdadero hospital. Desde Encarnación llegaban los heridos del fenómeno natural más trágico que nuestra región había vivido. La masonería se convirtió en luz en medio de la oscuridad, en esperanza en medio de la desesperación.
Esa tormenta, la más destructiva que haya afectado al Paraguay, puso en acción la hermandad masónica, que no dudó un instante en acudir en ayuda de los hermanos encarnacenos. La tragedia, paradójicamente, fortaleció los lazos de unión y fraternidad entre Posadas y Encarnación. En la adversidad, encontramos la verdadera esencia de nuestra fraternidad masónica.
Hoy, recordamos este episodio como un recordatorio de que, en los momentos más oscuros, la masonería brilla con luz propia. La solidaridad, la hermandad y la acción desinteresada son los pilares que nos guían en cada paso que damos.